Vivimos unos momentos difíciles. No habíamos terminado de salir de la crisis económica cuando nos hemos topado de bruces con una crisis vital. Ya no es la economía la que está en peligro, es nuestra propia vida. Esta nueva situación nos lleva a replantearnos gran parte de nuestra vida individual, familiar y social-comunitaria y, como no, también a reflexionar sobre el trabajo desde nuevas perspectivas.
Es de suma importancia tener muy presente que la pobreza no es un infortunio aleatorio, que nada tiene que ver con nosotros. La pobreza de muchos no es sino la consecuencia de la riqueza de algunos. Y ya sabemos que, en la mayoría de las ocasiones, la pobreza sobreviene como resultado de la ausencia de empleo o de las malas condiciones de este.
La salida de la pasada crisis económica que favoreció la precarización y el empobrecimiento de los trabajadores y las sucesivas reformas que convirtieron el trabajo precario y temporal en la norma y no en la excepción, son la base de la aparición de trabajadores pobres (más de dos millones y medio), condenados a vivir para trabajar y no a trabajar para vivir. Un trabajo empobrecido y precario, conduce a una vida personal, familiar y social empobrecida y precaria.
Hay que derribar la concepción de que el trabajo es solo un medio de sustento. En estos días de confinamiento, hemos podido comprobar como el trabajo es fundamental para la vida, siempre lo ha sido, es una referencia individual y colectiva, un factor de identidad.
Por eso, la recuperación del trabajo y de un trabajo digno, es la condición inexcusable para recuperar el control sobre la propia vida y sobre el devenir social. Ya no se trata de cuidar la economía para que la persona viva. Se trata de cuidar a la persona para posibilitar una economía que esté al servicio de todos.
Por eso se impone una propuesta liberadora de recomposición del trabajo, en línea con la esperanza cristiana y con las orientaciones de la DSI que se proponga:
- Romper con la idea de que no hay alternativa posible al actual mercado.
- Trabajar por un cambio socio-cultural que genere nuevas formas de economía plural y solidaria.
- Subordinar la economía a la democracia, como en el COVID-19, subordinando el sistema productivo a la preservación de la vida. Si no sacrificamos la ganancia en aras de la vida, podemos caer en sacrificar la vida en aras de la ganancia.
- Reorganizar el trabajo. Hacerlo menos individual y más social. Hacer posible:
- Recuperar los derechos adquiridos
- Ampliar la base ocupacional con la creación masiva de puestos de trabajo.
- Regularizar el trabajo negro y atípico.
- Reducir el horario de trabajo que permite el aumento de la productividad.
- Implantar la igualdad de salario.
- Impedir la evasión fiscal y especulativa.
- Instaurar la Renta Social Mínima y la formación continua remunerada.
Necesitamos una transformación radical de la economía como si estuviéramos en permanente situación de coronavirus, poniendo el beneficio económico al servicio de la protección de la vida.
Como ya recordaba San Ambrosio en el siglo IV, “es un homicidio negar a un hombre el salario que le es necesario para su vida”.