Para Julio

               Sé que no eras amigo de halagos y adulaciones por vacías e inútiles, pero sí del poder de expresar de forma valiente y veraz las propias certidumbres tanto en el terreno de las ideas como en el de la acción comprometida. Mi pretensión hoy es hacer esto segundo sin caer en lo primero.

               Entre mis primeros recuerdos de ti, figura una noche de marzo del 86 en los jardines de la Victoria en Córdoba cuando, sentado junto a mí en un banco con la cara entre las manos, al conocer los resultados desfavorables en el Referéndum sobre la OTAN, comentaste abatido (aunque solo durante unos segundos) como a este pueblo “mansurrón” le iba a costar desembarazarse de la inercia de tantos siglos de opresión. Nunca te lo comenté, pero me dejaste tan impresionado, que esa foto sin cámara la llevo conmigo desde entonces.

               Mucha gente te admiraba por tu gran cultura e inteligencia y es verdad. Como muestra, me viene a la memoria una tarde en el sótano de tu casa jugando al dominó conmigo de pareja. Por cierto, un juego con el que ninguno de los dos hubiéramos podido ganarnos nunca la vida, lo que no importaba porque ambos lo disfrutábamos. Recibiste una llamada telefónica de tu hija en la que te pedía información sobre Jovellanos para hacer un trabajo. Bajamos las fichas y en pocos minutos tuve el privilegio de escuchar la mejor clase-conferencia de mi historia personal. Al terminar, levantaste las fichas, me miraste y dijiste: “te toca poner, niño” (como siempre me llamabas) y yo, aún con la boca abierta, tuve la conciencia de ser un privilegiado por poder compartir contigo esos trocitos de vida.

               Pero tú, Julio eras más que una persona culta e inteligente. Eras el prototipo de “persona propositiva”, es decir, aquella capaz de realizar un análisis certero de la realidad, evaluar de forma crítica los acontecimientos, generar proyectos para dar solución a los problemas y proponer alternativas para actuar.

                En ese terreno, el de los proyectos y la acción he de quitarme el sombrero. Yo, y creo que todo el país. Como buen conocedor de la historia del movimiento obrero y de la izquierda, de sus aciertos y errores, tenías clara conciencia de la coyuntura por la que atravesábamos en cada momento y hacia dónde había que caminar. Algunos de los procesos más conocidos que pusiste en marcha como Convocatoria por Andalucía (origen de Izquierda Unida) o el Frente Cívico “Somos mayoría”, hay que leerlos en esa clave. La clave de la unidad de la izquierda, de la igualdad, la convergencia y la elaboración colectiva, de la democracia interna, el trabajo en equipo y el protagonismo de todos y todas. Vistos desde esa perspectiva, cobran un sorprendente parecido.

               Desde muy joven, cuando asistía a tus mítines electorales (que, por cierto, disfrutaba), siempre salía admirado de comprobar como eras capaz de conectar con lo más íntimo y personal de cada uno de nosotros y nosotras, de obtener un convencimiento pleno, a pesar de las reprimendas y reproches por nuestra inacción y falta de fidelidad. Eso solo es explicable, al margen del despliegue pedagógico que todo el mundo te reconoce, si el público es capaz de ver, más allá de las palabras, a la persona que se cree y vive los valores que expresa.

               En ese terreno de los valores me temo que no voy a ser muy original. Todo el mundo reconoce en ti a la persona honrada y honesta, fiel a sus principios, de una coherencia personal muy rara hoy en nuestro actual mundo egoísta e individualista. Con marcados rasgos senequianos, como buen cordobés, pero desde la austeridad que Séneca no supo poner en práctica.

               Estoy casi seguro que ahora me dirías que he caído en la lisonja, sin embargo, yo tengo la impresión de haber sido ecuánime, incluso de haberme quedado corto. Aunque tú no eras creyente, fuiste siempre muy respetuoso conmigo. Pude sentir como tu ideal de sociedad justa, libre e igualitaria encajaba como pieza de mecano con mi utopía cristiana de liberación y fraternidad universal.

               Hoy me resuena una frase que me dedicaste en una de las tertulias tabernarias de mediodía: “los cristianos comprometidos sois la leche”.

               Tú, también lo eras y lo seguirás siendo, eterno Julio.

José Luis Molina García.

Militante de la HOAC de Córdoba

Un comentario en «Para Julio»

  • 18 mayo, 2020 a las 4:35 PM
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    Preciosa carta a Julio. Corroboro todo lo que expresas José Luis. Yo también tuve la suerte de compartir algunos ratos y conversaciones con Julio en ese sótano al que aludes. Julio nos ha dejado un gran legado y me he emocionado al leer tu carta. Julio siempre me demostró un gran respeto y valoraba mucho a los militantes cristianos, comprometidos con el Jesús Obrero de Nazaret.

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